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2 oct 2007

EL SILENCIO DE WITTGENSTEIN




Por: Jesús Rodolfo Santander
Cordinador del Seminario de Filosofía del SES

De lo que no se puede hablar, hay que callar.
Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus, 7

Si por un lado Ludwig Wittgenstein piensa y escribe en su Tractatus logico-philosophicus (1921) sobre las cuestiones últimas de la filosofía, por el otro, se da a sí mismo una filosofía que solamente le autoriza a hablar –y esto allí significa también: sólo a pensar- sobre los objetos de la ciencia, pero nunca sobre las cuestiones metafísicas que le interesan y sobre las que de todos modos escribe desoyendo su propia recomendación, pues no pudo serle tan sencillo reprimir el impulso filosófico con una estrecha lógica del entendimiento y menos aún un instinto como el suyo, que se nutría con la lectura de Tolstoi y de Dostoievski, con el estudio de Platón, Agustín, Spinoza, Schopenhauer y Kierkegaard. Así, el silencio que recomienda el filósofo de cara a lo metafísico no podrá dejar de despertar cierto asombro en el lector que aborda la lectura del Tractatus logico-philosophicus y no sería de extrañar que se pregunte por el sentido de ese negarse a dar la palabra a las cuestiones filosóficas esenciales. A esa pregunta, quizás podría darse la respuesta que esbozo a continuación.

En el Wittgenstein de la época del Tractatus hay una innegable adhesión a la ciencia y a la lógica. La lógica no es allí sino lógica de la ciencia; es lógica del entendimiento (Verstand), no de la razón (Vernunft) -si pudiera decirlo con términos tomados de Hegel. Wittgenstein no hubiera admitido con Hegel una lógica de la razón y seguramente hubiera estado más cerca de la posición de Kant, a quien la metafísica como ciencia se le presentaba como una transgresión del límite de la experiencia posible por parte de la razón pura. Sin embargo, ni Kant ni Wittgenstein negaron sin más lo metafísico. No hay en el Tractatus una declaración de la inexistencia de lo metafísico (y no parece que se nos quiera obligar a admitir que el ser se agote en el ámbito de la ciencia, estrechándose hasta confundirse con el objeto de ésta), pero, si Kant lo tuvo por incognoscible, Wittgenstein no adoptó la misma posición. Lo metafísico se muestra; por lo tanto es de alguna manera “experimentado”; sólo que lo metafísico experimentado en esa experiencia es algo inexpresable, es algo místico. Dice Wittgenstein: “Hay sin duda lo inexpresable. Esto se muestra, es lo místico.” (Tractatus, 6.522). Porque se muestra, lo metafísico es de alguna manera cognoscible y puede suponerse que Wittgenstein tiene que haber encontrado -para seguir con la terminología del Idealismo Alemán- sus propias vías no lógicas de acceso a lo “absoluto” (vías de conocimiento quizás comparables a la intuición de Schelling o al sentimiento de los románticos). En suma, lo metafísico se muestra, pero es inefable.

La lógica define el ámbito de lo que puede ser dicho con sentido. Discurso ajustado a la lógica, la ciencia, especialmente la ciencia de la naturaleza, es también el único discurso posible con sentido. “El método correcto de la filosofía sería éste: no decir nada más que lo que se puede decir, en consecuencia proposiciones de las ciencias de la naturaleza –por ende algo que nada tiene que ver con la filosofía- y luego siempre que alguien quisiera decir algo metafísico habría que mostrarle que él no dio en sus proposiciones ninguna significación a ciertos signos.” (6.53) Más allá de la ciencia no parece haber más que estas dos opciones: o un decir sin sentido (unsinnig) o el silencio. ¿Cuál es la alternativa que elige el propio Wittgenstein?.

Aparentemente la segunda, pues la última proposición del Tractatus dice: “De lo que no se puede hablar, hay que callar”; pero en realidad, esta recomendación no es seguida por Wittgenstein en esa obra, pues él habla en ella justamente de esas cosas sobre las que él recomendaba guardar silencio. Comunicando a lo largo del tratado lo incomunicable, Wittgenstein contraviene la propia regla que se impone y así el Tractatus se mueve en una especie de contradicción teórica y práctica con relación a la proposición 7 –proposición fundamental que presupone en su primer miembro que hay cosas de las que no se puede hablar, y que contiene en su segundo miembro, la recomendación de no hablar sobre ellas. Es un hecho que suscita perplejidad. ¿Qué significa que un espíritu tan lógico no se haya atenido a su propia regla y haya desautorizado así, sea a esa regla, sea a todo lo que hace en contradicción con esa regla? El dilema no se atenúa por el hecho de que al final del tratado (6.54) el autor considere a sus proposiciones como una escalera que tenemos que arrojar una vez que hayamos alcanzado la visión correcta del mundo, pues no es tan evidente que el resultado pueda ser disociado sin más del medio que permite alcanzarlo. ¿Acaso ese medio es un simple útil que pueda ser indiferentemente sustituido por cualquier otro, de modo que cualquier otro podría llevar al mismo fin? Si fuera así, ¿porqué, entonces, la escalera que el lector del Tractatus ha de usar y que debe arrojar una vez usada, no es, en la recomendación de Wittgenstein, cualquier otra escalera, sino precisamente la que él usó, la suya propia? El dilema no tiene solución dentro del Tractatus.

No nos encontramos frente a una simple antinomia lógica. Quiero sugerir que en la antinomia observada en el Tractatus puede verse la expresión filosófica de la situación histórica paradojal del pensamiento metafísico en una época saturada de ciencia positiva. La relación de ese pensamiento con su tiempo es antitética, ya que aquél no tiene verdaderamente un lugar en un mundo sometido a un positivismo triunfante que domina el conocimiento y el lenguaje. Ha de guardar silencio, ya que si habla, por no hablar el lenguaje de la ciencia, no será entendido. El filósofo Wittgenstein vive en un místico silencio lo metafísico sabiendo que no puede, dentro de un mundo totalitariamente dominado por la lógica de los objetos, comunicar acerca de “realidades” no objetivas presentes en su conciencia y, en rigor, sin poder pensar sobre ellas. En estas condiciones, el intento de existir filosóficamente en el mundo es ilusorio y la existencia filosófica puede tornarse una existencia trágica, si es verdad que en una tragedia se verifica una no identidad radical entre la conciencia del héroe trágico y su mundo, esto es, una diferencia que vuelve imposible una comunidad verdadera entre ambos y excluye la posibilidad de una comunicación genuina, de cualquier entendimiento o compromiso. (No es sin relación con lo que trato de decir, la interpretación que hace Lucien Goldmann en Le Dieu caché, Gallimard, París, 1959, sobre el pensamiento trágico en Racine y en Pascal). ¿Escapa Wittgenstein a la paradoja?

Quizás sí. Si es cierto que en el Tractatus la filosofía no tiene derecho a existir en el mundo como un discurso entre seres humanos que piensan y hablan de cosas que no pertenecen al campo de la ciencia, también es verdad que hay que tomar en cuenta que posteriormente, particularmente en las últimas obras de Wittgenstein, se registra “su pensar en voz alta” (como lo señaló C. A. van Peursen en Ludwig Wittgenstein: Introducción a su filosofía. Ed. Carlos Lohlé. Bs.As. 1973, p. 19), el cual, de manera comparable al de Agustín de Hipona en las Confesiones, es el pensar de un alma solitaria dirigiéndose a Dios en la plegaria. En ese pensar en voz alta el mundo podrá percibir como un murmullo, pero éste, si existe en el mundo, es ajeno a él, pues proviene de otra fuente. En esta situación hay, junto al alma y al mundo, un tercero: Dios, que es la fuente de esta palabra metafísica. En este contexto se nos insinúa otro posible sentido del silencio en Wittgenstein: puede, mejor que la palabra, preservar el carácter -tal vez la presencia- de lo divino. Si esto fuera así, entonces la negación del discurso metafísico que tiene lugar en el Tractatus no significaría en definitiva un rechazo de todo lo metafísico, como quería el Círculo de Viena (van Peursen, Idem. p.13-14), ni habría sido una operación destinada a fortalecer la ciudadela positivista, sino algo comparable a la teología negativa y de esta manera, el silencio recomendado –condición, medio, y elemento de la presencia de lo divino- correspondería más bien al silencio de los místicos.

texto disponible en: http://www.ldiogenes.buap.mx/revistas/1/a1la1ar3.htm
imagen disponible en: http://www.elpais.com/recorte/20060128elpbabart_4/SCO250/Ies/Varadero_MAC_1828_2005_Miguel_angel_Campano.jpg

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1 RESENTIMIENTOS:

Kenneth Moreno May dijo...

El autor del texto no comprende el tractatus, las reflexiones del principio sobre kant y hegel confunden mas de lo que aclaran. es un muy mal texto.

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