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18 oct 2007

Novia (Jose Liboy)


Por: Pepe Liboy

Lo único que recuerdas de la escuela es el nombre de
tu maestro de cálculo. Lo demás son sombras, siluetas
de personas. Y de pronto, el año de la gran huelga,
que viste en la televisión, la invitación de la
muchacha. Ella no tiene rostro ya. Lo ha ido perdiendo
con los años y las enfermedades que has sufrido. Ya no
recuerdas los ojos sino vagamente, inexpresivos, ojos
de oriental, y acaso alguna humedad, que no es
sentimental, sino más bien la humedad de un catarro.

Cuando te esfuerzas, te parece acatarrada, y eso es lo
más que puedes hacer por ella, por hoy. Por lo demás,
ha ido perdiendo las facciones, las expresiones
alegres y cotidianas, y de repente, cuando te invita,
no le falta gracia, pero le falta la cara, no la ves.
Jesús, el maestro, un año después, cuando se
desarrollaba la gran huelga, te plantó a su hermano,
agente de la policía secreta, en aquel entonces, para
que te enseñara algunos rudimentos de física que,
finalmente, no te servirían para vadear el curso de
física con cálculo en la universidad. Tu carrera se
detuvo justamente en la escuela, y como no aceptaste
la invitación de la muchacha, que te pedía entrar en
la huelga, olvidar las ciencias y estudiar otra cosa,
agitar en la huelga, entrar antes de tiempo en la
universidad y olvidar las matemáticas, como no te
fuiste con ella, tampoco estás bien con los otros. El
agente no te quiso dar la física que necesitabas y
nunca entendiste esa movida de Jesús, quien de hecho,
un año más tarde, tampoco celebró que estuvieras
tratando de estudiar matemáticas. Lo que te da más
gracia es que el maestro de cálculo avanzado de
llamara Pastor. Siguiendo ese patrón esperabas
encontrar a María en el curso de álgebra superior o ya
casi terminando el bachillerato, en un curso de
programación. Lo cierto es que cuando te encontraste
con ella, y viste que se había salido de la facultad
de ciencias, que era una muchacha de tu edad, más o
menos botada de la escuela, por no haber entrado en la
huelga, comprendiste que el programa le había puesto
fin a tu carrera como matemático. Todo se debió a la
invitación que no aceptaste, eso lo has comprendido
luego, mientras han pasado los años, cuando los
rostros de los personajes que se te acercaron empiezan
a perderse en el recuerdo, y adquieren, con la
persistencia de los hechos en los que meditas, la
calidad deshilachada de esos rostros de muñecos que se
hacen para las fiestas del Judas.
El rostro de la muchacha desaparece, pero del
uniforme a cuadros tienes una idea todavía nítida. En
otras ocasiones, cuando eras más niño, se te acercaba
para enseñarte fotos de sus familiares, a los que
recuerdas igual, sin rostro, aunque diferentes los
unos de los otros. Recuerdas el cabello negro de ella,
pero no puedes delinear sus ojos y su boca, ni la
forma de sus mejillas. En una ocasión, cuando te
dijeron que predicaba los domingos en una iglesia,
fuiste a verla y cuando ella te preguntó por qué
estabas allí, le señalaste a otra muchacha, que es
justamente la que no te ha olvidado, la que un año
después de la huelga, cuando ya sabías que se te había
negado la educación, lloró mucho por tí, pues a ella
no se le negó, y sin embargo, fue suya la idea de
sugerirle a la muchacha que te intivara a entrar antes
de tiempo a la universidad. Era un juego con tu
sentido de la hombría. Esa amiga de ella esperaba que
tú no te dieras cuenta de que se te negaba la
educación, esperaba que tu orgullo de muchacho te
precipitara en la huelga. Así fue como muchos niños no
se dieron cuenta de que se les negaban los cursos de
ciencia. Es curioso que desaparezca el rostro de la
muchacha que te invitó a salirte de la escuela antes
de tiempo, y que por otra parte, recuerdes mejor el
rostro de la amiga, a la que apenas viste una vez en
una iglesia. Pero fue el hecho de verla llorando por
tí, probablemente, lo que te la recuerda mejor. No la
has olvidado por completo, y sin embargo, no la veías
con tanta frecuencia como a la que te hizo la
invitación. Bueno, ese era el juego, que tu sentido de
la virilidad te precipitara en la huelga, y no te
enterarías de que las muchachas hacen eso con los
muchachos. Haberte dado cuenta, probablemente, te ha
hecho las cosas más difíciles, pues son cosas del
programa, esa conducta de las muchachas es la que se
espera. Ellas son las que se educan, nosotros se
supone que no vayamos a la universidad, pero eso no se
dice abiertamente, es algo tácito como hacer el amor
por primera vez. A veces uno rompe con la sociedad sin
darse cuenta y eres un paria ignorante, una especie de
ingenuo. Yo creo que eso es lo que le pasa a la
mayoría de las personas, en las democracias forzadas,
antinaturales, como la que tenemos nosotros. Una
democracia que hubo que impornerle a la gente, en las
que se programan las protestas de una manera tácita,
como el sexo premarital. Sí, de hecho, era aquella
huelga una de las que se programan, y se notaba por
las cosas que se discutían, como el gran issue de la
comida, si se debía permitir que la comida de los
universitarios fuera producto de la cocina autóctona o
de la cocina extranjera. No era un gran asunto, como
por ejemplo, las materias que discuten los maestros o
la forma de evaluar, ni mucho menos el problema de la
administración política de la colonia, esas huelgas ya
se habían hecho y aunque se nos contaba que los viejos
tiempos habían sido horribles, la verdad es que en
estas huelgas pendejas morían más personas. Parte del
horror es saber que las razones por las cuales van a
morir las personas ahora son razones pendejas, como el
color y el diseño de las banderas que se plantan en
los lugares altos. Yo le preguntaba a un señor que
había participado en una huelga de la caña, en la que
se discutían de forma desoerdenada las condiciones de
trabajo, y en las que morían, en todo caso, las gentes
que solían lucrarse con el negocio de hecharlas
adelante, y él me expresaba ese particular horror de
las huelgas de ahora, en las que morían muchos
trabajadores luchando por el color de las bolas de
baloncesto. Definitivamente, las cosas ya no eran
iguales, ni los que te invitaban a las huelgas eran
los mismos. Ahora se programaban estas cosas.
La cuestión es que la muchacha se fue
desapareciendo de tu conciencia, hasta el otro día,
que la recordaste, aunque sin rostro, porque recien
conseguiste un trabajo en la cultura, como vendedor de
libros, ella vino a verte de nuevo. Ya no tenía
sentido hablar de la huelga, ni de los amigos
perdidos. Una cosa particular de las huelgas actuales
era la trivialidad. Los tiempos pasan, los dolores
vienen, ya no puedes soñar con las mismas cosas de
antes, ni siquiera vale la pena tener memoria, pero
entonces cuando parece que vas a tener un periodo de
armonía, vuelven a aparecer estos elementos, esta
gente que parece dueña de la situación. Recordabas que
en aquella huelga grande se discutió justamente si la
comida que comían los estudiantes debía ser la
autóctona o la extranjera y el hecho de que tantas
personas murieran a tiros peleando por ello, hasta que
la muchacha, que te quería ver peleando en esa huelga,
más que nada para que no la pretendieras, volvió a
verte en una plaza desierta, cierta noche en que
salías del trabajo. Recuerdas que te dijo ser amiga de
tu jefa, o tener una amiga común de tu jefa, y
entonces quisiste irte de nuevo, dejar de verla otra
vez. Volvió a aparecer, según recuerdas, la otra
muchacha, la que lamentaba que ésta no te dejara
estudiar en paz. Y no estaba en tu cabeza la idea de
que la recordarías con amor años más tarde, que se te
volvería a aparecer en otros rostros desconocidos que
te reclamaban un recuerdo. En verdad, todo este
intento de olvidar a la gente no es más que un
esfuerzo por agrandar la isla en la que vives, un
intento por alejar a conocidos que en el fondo siempre
están a la vuelta de la esquina. Lo que se trata de
hacer es agrandar la memoria o vaciarla de
familiaridades, como para que la gente conocida se
reconozca con otro aire. Una forma de hacer un
retrato, si tú quieres.
La cuestión es que la viste siete años después,
cuando su rostro empezaba a desdibujarse de su
memoria. Y ya no eran almendrados sus ojos, no tenían
bajo la nariz una sombrita de vellosidades, que en vez
de pintártela viril, por el contrario, te la hacía más
sensual. Tan increible es su distancia como la que
ahora tienes con ese ser amado que es tu hijo y la
madre de tu hijo, que no están tan lejos de tí, pero a
los que ves siempre en la distancia, y eso
probablemente porque el apartamento en el que vivías
con ellos era pequeño y tú querías hacer una especie
de perspectiva alejadora, que te permitiera verlos
como en el recuerdo, lo mismo que a esta muchacha que
siempre estuvo cerca de tí, durante la niñez, y que un
día te invito a participar de la huelga. Que pienses
que por ella no eres científico, que algo pasó cuando
rechazaste la invitación que te hiciera, no es más que
un motivo por el cual le das un aire de anécdota a un
recuerdo que se te va escapando, una cierta tintura de
intriga que ya no convence, pero que en realidad no
quieres que convenza. Lo importante, en este caso, es
decir que Jesús, el maestro de matemáticas, vino a
verte cuando supo que entraste a estudiarlas a pesar
de que no aceptaste entrar en la huelga. Pudiste
entrar a estudiar, pero perdiste a la muchacha, que
esperaba otra cosa. Bueno, y ese es el problema, que
cuando te las arreglaste para evitar la huelga, cuando
el agente, hermano de Jesús, vino a enseñarte algunos
rudimentos de física, ya estabas mal con la muchacha.
Sin embargo, la cosa no era estar con ella, que tú
sepas. Quizás simplemente se trataba de morir, de que
te murieras un poco, de que cojieras unos palos, pues
a las mujeres les gusta eso. De hecho, se puede decir
que cuando te metiste a estudiar matemáticas, y te
diste cuanta, por la amiga que te lloraba, de que la
habías perdido como niña, de que la habías perdido
como novia inocente, amada, trataste de hechar atrás
las cosas y entonces trataste de estudiar mal, de
hacer las cosas mal, con tal de recuperarla. Pero ya
era tarde porque amabas estudiar, amabas los números y
sobre todo las letras. De cualquier modo, con el
tiempo, el recuerdo que uno tiene de la exigencia
ajena, ser algo pero no tanto, estudiar algo pero
nunca hasta el fondo, amar pero no apasionarse por
alguien, ya empieza a desdibujarse también. Ya no se
recuerda lo que uno cree imaginar que la otra persona
te exigía para que el amor fuera inocente. El programa
provee salidas a estas situaciones, en las cuales el
muchacho que iba a ser el novio de la muchacha
revolucionaria, salga del asunto por lo menos con la
cortapisa de la locura. Cuando ya se desdibujaba su
recuerdo, porque te habías juntado con otra muchacha,
que te sacaba las espinillas de la espalda, que te
miraba bucear con equipo de buceo en un riachuelo
lleno de chágaras, cuando ya no tenía sentido pensar
en ese amor, en esa inocencia, porque hasta de esa
última mujer te habías separado, sin otro objeto que
saber, conocer, entonces ella vuelve a aparecer. Por
ello la impresión de cosa programada, y hasta el hecho
de que parecieras haber fracasado era propicio para el
reencuentro inocente. Verla de nuevo, nada más te
alivió en la vida, y sin embargo, qué efímero,
inesperado fue el encuentro en aquella plaza desierta,
aquella noche. Hasta podrías decir que hubo cierta
familiaridad, que le descubriste un ángulo distinto, y
no fue más que un encuentro fortuito. No te asombran
esos tipos, los que tienen la sarten por el mango en
las universidades, cuando dicen que los poetas
enloquecerían o acabarían por encontrar a sus amantes.
Es un idioma desacostumbrado en tu medio, donde esa
clase de manifestaciones machistas se desconocen.
Pero, vaya, no son sino expresiones del hastío diario.
Verla de nuevo, cuando empezabas a dejar las cosas
atrás, cuando en realidad ya ni pensabas en darle un
beso, fue un alivio. Más que una alegría, un verdadero
alivio, una señal interior de que realmente la amabas.

El programa que te sacó de la universidad, por no
haber sabido protestar aquellas trivialidades, como el
color de las bolas de baloncesto, volvió a encontrarte
años después, pero ahora con un diagnóstico de loco
encima. La doctora que te atendió se parecía a la
amiga de la muchacha que vas olvidando, el programa
que te iba a recuperar te mandaba a esa persona que te
la recordaba. Y como si no estuviera claro de que se
trataba de un programa, poco antes de que el olvido de
tu amor fuera total, estos tipos que tenían la sartén
de la revolución por el mango, te hicieron traer a
otra muchacha que se le parecía mucho a esa que amaste
sin darte cuenta, para que no la olvidaras. Recuerdas
varias personas, como una reverberación de aquella, y
a veces hasta la madre de tu hijo se le parece. Parece
que te hiciste inocente después, que el olvido fue
mejor.

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