SEQUIA (CLAUDIA MASIN)

Hay un escenario para las partidas, como para toda ficción.
Quienes han nacido lejos del mar, piensan que son los puertos.
Quizás el desamparo, la sordidez de los muelles, se parecen a la idea
que tenemos de la ausencia antes de que la ausencia,
efectivamente, suceda.


Te gustaba observar cómo los campesinos, en tu tierra alejada
de los puertos, volvían de la cosecha cabizbajos, para no deslumbrarse
con el resplandor del sol. La luz, su cruda obsesión por el detalle,
vuelve a los hombres pudorosos como criaturas del mar que se retraen
al contacto de la arena. El sol les va marcando surcos en el rostro,
más profundos que las líneas de las manos, que auguran una suerte
caprichosa y compleja. Adivinabas en esos rostros la intensidad
del deseo de viajar hacia los climas fríos. Casi nadie partía, sin embargo:
es temible el destino que el sol atesora para quienes desertan.

Quisiste contar las historias de esos viajes que nunca sucedieron,
de esa renuncia que tuvo lugar en cierto recodo del paisaje
donde la belleza permanece, invisible como en una fotografía
velada por la luz excesiva. ¿Es posible regresar a un sitio
inventado a lo largo del tiempo, construido de acuerdo a tu terror
o a tu deseo? Si no hay regreso debería haber permanencia
en el lenguaje, delicada intimidad entre él y cada objeto que lo rodea.
Pero hablar es ya haber partido y toda cosa que digas
te separa de la tierra, o mejor dicho, crea una grieta en el terreno
por donde se escurren las imágenes amadas, como el agua
tras un tiempo prolongado de sequía.

Claudia Masin

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