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29 sept 2008

Lacan y el complejo del hipopótamo


por Pelayo Pérez García

Aportación para el Seminario Filosofía y Locura basada en las interpretaciones psicoanalíticas de Jacobo Lacan sobre los mitos griegos

¿Seremos nosotros los animales propicios de ese mito que Robert Graves oponía el Edipo freudiano con más sorna que pertinencia? Se cuenta en la mitología egipcia, según parece, que el hipopótamo aplasta a cuantos se le oponen en el camino de la hembra, incluyendo a 'su padre', de donde que Graves, con sarcasmo británico, se preguntara por qué no llamar al mito de Edipo el mito del Hipopótamo si ambos contaban lo mismo. A esta broma responde, ¡cómo no!, Lacan en su espléndido «Seminario 8, La Transferencia» (Paidos ediciones, 2003) y donde dedica más de 200 páginas sabrosas y agudas al análisis de El Banquete de Platon, en el curso del cual surge Edipo, pero surge frente a la figura de Sócrates. Sócrates, que dice no saber nada de nada, asegura sin embargo saber algo sólo de una cosa, y esa cosa es precisamente la que versa sobre el amor.

Me someteré a la tentación de no comentar el rico ejercicio de trituración y finura lacaniana al respecto, aunque sin duda lo sea pro domo sua, y así centrarme en el par «conocete a ti mismo» y este Edipo rescatado de Sófocles y del que se dice «es el que no sabe». Edipo matará a alguien que no sabe es su padre y se acostará con alguien que no sabe es su madre... Y cuando sabe, añadimos nosotros, Edipo se arrancará los ojos... metáfora expiatoria de la conciencia que sabe.

Robert Graves no percibió la diferencia entre un Hipopótamo y Edipo. Si el primero aplasta a cuantos se le oponen en la conquista de la hembra, el segundo «aplasta» a quienes se oponen a su ambición, a su deseo. Pero el deseo, como en páginas ulteriores más técnicas el propio Lacan esclarece, no es la demanda. El deseo es un exceso que aparece ante el polo deseante, donde surge 'el otro'. El otro como sujeto se entiende. Cuando extiendo la mano para coger un vaso de agua que sacie mi sed, ahí puede aparecer otra mano que me alcance el vaso, y es ante esta otra mano que el objeto vaso desaparece y con él la demanda de agua, dejando aparecer al deseo y su 'objeto'...: el deseo del otro.

No continuaré por vericuetos que ya hemos dejado atrás, pero que no por ello despreciamos ni tampoco hemos olvidado, sino al contrario, es este espacio que el tiempo deslinda el que nos permite ahora re-flexionar, volver a mirar desde otras perspectivas aquellos recorridos, aquellas expectativas, aquellas consideraciones que no sólo tuvieron en el psicoanálisis sus focos y fuentes confundentes, y enriquecedoras también, sino en muchas otras, también filosofantes, que no sin una sonrisa descubrimos convergentes a estas.

Por tanto, no estamos apelando a ningún psicoanálisis, a ninguna interpretación, a ninguna topología de los fantasmas subjetivos al escribir estas líneas. Al contrario, es ahora cuando podemos escribir acerca de Lacan con la distancia debida y aprovechar esta publicación para rendirle el homenaje que sin duda se merece, pues Lacan ya no está de moda, seguramente su peor enemigo. Alain Badiou lo consideró no ha mucho como un gran dialéctico, un pensador irónico y potente, al cual en su último ensayo Sloterdijk homenajea al hacer la crítica de su famoso «estadio del espejo» (Esferas I, ed. Siruela, 2003). Débil nos parece la crítica a este estadio donde hemos comprobado una falla importante. Resumimos el argumento: Sloterdijlk, en su elaboración de las esferas subjetivas, desde las relaciones intrauterinas a las interfaciales, sitúa el famoso 'estadio del espejo de Lacan' entre ellas y lo crítica por su supuesto argumento antropológico universal, cosa que por lo demás Lacan no hace explícitamente («Le stade du miroir», en International Journal of Psychoanalysis, nº 1, 1937 y con traducción española en Escritos 1 y 2, ed. Siglo XXI, 1984). Es decir, Sloterdijk arguye que el fenómeno del espejo, su uso, su cotidianeidad como 'objeto'común, sólo se da realmente a partir de finales del siglo XIX, siendo de muy escaso y raro uso en épocas anteriores y sobre todo referido a las mujeres y a las clases dominantes. Los ríos y otras superficies pulidas o reflectantes serían elementos de esta historia especular. Así pues, el famoso estadio del espejo lacaniano (elaborado por cierto en su etapa como psiquiatra, la cual traemos aquí además para contribuir al espacio abierto por El Catoblepas como preparación del próximo Congresos de Jóvenes Filósofos, cuyo tema es «Filosofía y Locura», tiene su cima en su tesis doctoral, que versa sobre el caso Aimée y que se tituló De la Psicosis paranoica, Siglo XXI, 1976) tendría su razón de ser en el espacio que, tanto la psiquiatría como el psicoanálisis, contemplan como el escenario dinámico y sine qua non de su propia condición como disciplinas psicoterapeúticas: la familia nuclear burguesa, propia del proceso de industrialización capitalista, como tríada genético-espiritual y máquina forjadora del «sujeto moderno», ámbito donde se despliega la «novela familiar del neurótico», en palabras de Freud. No es extraño que postmodernos como Foucault o Deleuze-Guattari (véase su famoso Antiedipo, reeditado entre nosotros por editorial Paidós), critiquen precisamente este reduccionismo edípico-burgues de Freud-Lacan y consideren el Edipo como un «fantasma», real pero introducido por el dominio de la «máquina capitalista».

Hoy, Sloterdijk sigue en parte esta senda al considerar que «el estadio del espejo» de Lacan, como decimos, es un débil constructo debido a su elección de objeto: el propio espejo, el cual sería un producto técnico-industrial de uso generalizado a partir de finales del siglo XIX en nuestras sociedades modernas, como ocurriera con la edipización según Deleuze. Lo curioso de la crítica de Sloterdijk, al creer que la no universalidad antropológica de la relación del sujeto con su imagen especular queda refutada por la no universalidad del uso del espejo, es que al resumir el proceso de re-conocimiento de la imagen yoica por parte del niño ante el espejo, quien 'sujeta' al niño para que se vea es, según Sloterdijk, la madre... cuando, en todas las versiones que ofrece Lacan de este proceso, y en coherencia con sus estructuras analíticas (lo imaginario, lo simbólico y lo real) pone como sustentador del niño: al padre. Pues el padre, y en esto da igual quien sea realmente quien sujete al niño con tal de que cumpla ese rol, o sea, nunca una mujer, pertenece al orden de lo simbólico, lo cual deja ver perfectamente este mismo proceso especular, donde Lacan le hace jugar un papel de «sin-bolo» verdadero, de puente entre lo real –la madre– y la exterioridad, el «ahí» donde el niño, si lo hace, re-conocerá su imagen (imago)... y entonces girará 'gozoso' su rostro hacia... el padre...

Todo esto, y la sustitución padre-madre e imago-imagen sobre todo, queda elidido en el argumento de Sloterdijk que se centra en el producto técnico antropológico y la universalidad de su uso. Pero ahí Lacan oponía ya, como en este mismo libro que comentamos, ejemplos etológicos que corroborarían su pretensión argumental: el no reconocimiento de simios ante espejos, su indiferencia, &c., por cierto, con la sorna con la que se dirige a los instructores y sujetos mediadores entre el simio y los resultados «humanizados» que se pretenden, aspecto tan destacado hoy, sino burlesco, por los defensores del «hermano simio». Aquí, en nuestro caso, Lacan se burlará del mito egipcio del hipopótamo, pero recogerá en cambio con fruición las observaciones sobre la «mantis religiosa», la cual para satisfacer su deseo se come el cerebro de su partenaire. Dejaremos esta nota para el final, donde veremos el juego de conexiones que establece Lacan con estos ejemplos ilustrativos y, más allá de los aspectos internos y técnicos del psicoanálisis, donde se nos habla, así y aquí por ejemplo, de la famosa «fase oral», lo cual nos remite al canibalismo y de ahí a la comunión y transubstanciación del cuerpo de Cristo.

Sloterdijk, más atinado sobre todo desde su ontología y su protestantismo, ve en Lacan un modelo de «filósofo» católico, de donde que intente socavar sus pretensiones de fundar universalmente a su «sujeto especular» y no repare en la definición de «hombre lacaniana»:el hombre es el soporte del lenguaje, tan heideggeriana. Es decir, el hombre es un miembro de la cadena semiótica, un significante para otro significante. Claro está, las «burbujas» que Sloterdijk intenta re-construir a la manera luterana, polivalentes y monadológicas, no pueden sino chocar contra esta interpretación del psicoanálisis de corte católico, donde el Verbo-Logos tiene cuerpo y habla.

Frente al judaísmo de Freud, el giro lacaniano, su modernidad estructurante, su brillo y potencia como quisiéramos constatar, se muestran deudores de este trasfondo onto-teológico, no importa si su declarado ateísmo lo rectifica ni que, como en este Seminario 8, Lacan oponga la figura de Sócrates a la de un mojigato Jesús que nos insta a que «amemos al prójimo como a nosotros mismos». El recorrido crístico y paulino, aderezado de referencias a San Agustín y Plotino,o a Dante –que pone a las puertas del infierno al mismísimo Amor (Beatriz)– y tantos otros, es de lo más jugoso y muy al nietzscheano modo por lo demás, se pregunta: ¿como amaré a mi prójimo como a mí mismo si soy el más desconocido para mí mismo?

No podemos seguir por estas sendas de tan placentera lectura, aunque ya no nos resultan extrañas estas diatribas cristiano filosóficas desde las coordenadas del materialismo filosófico y su «sujeto universal». Tampoco criticaremos a Sloterdijk y su conciencia crítica, 'cínica', que construye su edificio ante las ruinas de la postmodernidad, así pues exigiéndonos a todos nosotros recapitulemos sobre el reciente pasado, el siglo sido, y comencemos con él la nueva andadura en la que ya estamos. Por otro lado, su importante libro Esferas, consta de tres volúmenes y será al final de su lectura cuando podamos intentar con un mínimo de rigor y conocimiento total realizar una crítica que ahora solo puede ser parcial, muy puntual y traída aquí como sospecha «teológico-política» al caso.

El hegelianismo del que Lacan hizo gala siempre, vía Kojéve al que en estas páginas mienta y homenajea, tiene mucho que ver, según creemos, con esta Esfera sloterdijkiana. La trinidad es la madre del cordero, como se sabe.

Para terminar, y dado que hemos leído, al mismo tiempo que escribíamos esta reseña, el artículo-despedida de nuestro amigo Fernando Miguel Pérez Herranz, y en respuesta a su recuerdo de la acogida alegre y sincera por nuestra parte de su colaboración en esta revista, quisiéramos saludarlo dedicándole esta perla extraída del texto que comentamos.

Dado que Fernando Pérez Herranz no encajaría ni en Edipo, el que no sabe, ni en el mito del aplastante hipopótamo, lo situaremos en un imaginario Banquete donde su mirada limpia, dando la cara y mirando al mar, fuera diciéndonos de donde procedían los viajeros del Mediterráneo: judíos, fenicios, griegos... Nosotros, desde este mar del Norte, le remitimos al canibalismo de la 'mantis religiosa', tras el cual Lacan incita a sus oyentes a que lean a Baltasar Gracián, lamentando que por no estar traducido y desconocer la mayoría el español no puedan leer a este respecto El Comulgatorio «que es un buen texto, porque en él se revela algo que raramente se confiesa –se detallan las delicias de la consumación del cuerpo de Cristo, y se nos pide que nos fijemos en esa mejilla exquisita, en aquel brazo Delicioso. Les ahorro lo que sigue, donde la concupiscencia espiritual se va entreteniendo (...)» (Jacobo Lacan, op. cit., páginas 247 y 248 de la edición española).

Con este saludo y este regalo, acaso la ágalma que escondía el 'sileno' Sócrates y que Alcibíades quería poseer a toda costa, dejamos este recorrido por las páginas recobradas del moderno, demasiado moderno, Jacobo Lacan.

texto disponible en: http://www.nodulo.org/ec/2003/n017p04.htm

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