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22 ago 2007

sssSol podrido

Por G. Bataille

El sol, humanamente hablando (vale decir, por cuanto se confunde con la noción de mediodía), es la concepción más elevada. Es también lo más abstracto, porque es imposible mirarlo fijamente en dicho momento. Para terminar de describir la noción de sol en el espíritu de aquél que, debido a la incapacidad de los ojos, debe necesariamente emascularla, hay que decir que ese sol posee poéticamente el sentido de la serenidad matemática y de la elevación de espíritu. En cambio si, pese a todo, se lo fija con suficiente obstinación, hay supuesta cierta locura y la noción cambia de sentido porque, en la luz, ya no es la producción sino el desecho lo que aparece, vale decir la combustión, expresada bastante bien, sicológicamente, por el horror que provoca una lámpara de arco en incandescencia. En suma, el sol fijado se identifica a la eyaculación mental, a la espuma en los labios y a la crisis de epilepsia. Y así como el otro sol (ese que no se mira) es perfectamente bello, éste que miramos puede ser considerado como horriblemente feo. Mitológicamente, el sol visto se identifica con un hombre que degüella un toro (Mitra), con un buitre que devora el hígado (Prometeo); con ése que mira con el toro degollado o con el hígado devorado. El culto mitríaco del sol culminaba en una práctica religiosa muy expandida: desnudo se metía alguien en una suerte de fosa cubierta por un enrejado de madera sobre el cual un sacerdote degollaba un toro; así, de pronto recibía una ducha de sangre tibia, acompañada de un ruido de lucha del toro y de mugidos: simple manera de recoger moralmente las virtudes del sol enceguecedor. Es obvio que el toro mismo -claro que degollado- es por su parte una imagen del sol. Asimismo ocurre con el gallo, cuyo grito horrible, peculiarmente solar, siempre es vecino de un grito de degolladura. Puede agregarse que el sol también ha sido expresado mitológicamente por un hombre degollándose a sí mismo y también por un ser antropomorfo desprovisto de cabeza. Todo esto nos conduce a decir que el summum de la elevación prácticamente se confunde con una caída súbita, y de inaudita violencia. El mito de Ícaro es singularmente expresivo de este punto de vista: parte claramente el sol en dos, uno que resplandece en el momento de la elevación de Ícaro y otro que hizo la cera fundirse, determinando la defección y la caída chillona cuando Ícaro se aproximó demasiado.Esta distinción de dos soles a partir de la actitud humana es de enorme importancia por el hecho de que, de ese modo, los movimientos sicológicos descritos no son, en su impulso, momentos desviados y atenuados por elementos secundarios. Pero esto indica por otra parte que sería a priori ridículo tratar de determinar equivalencias precisas de tales movimientos en una actividad tan compleja como la pintura. No obstante es posible decir que la pintura académica correspondía más o menos a una elevación de espíritu sin exceso. En la pintura de hoy, en cambio, la búsqueda de una ruptura de la elevación llevada hasta su extremo, y de un resplandor con pretensión enceguecedora, participa en la elaboración o en la descomposición de las formas, pero esto a lo sumo se manifiesta en la pintura de Picasso.

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